Don
Victoriano Arizti
“El
Trotamundo Vasco”
Há
oito anos fechava os olhos uma das pessoas que a Boa Estrela que vela por nós,
havia posto no nosso caminho, lá atrás, em 1963. Foi uma perda até hoje sempre sentida,
e sobre esse Grande Amigo escrevi o que pode ser visto neste link de um blog
onde deixei de escrever
Há dias lembrando o Amigo, fui
pesquisar se a Internet dizia algo mais sobre ele. E lá estava.
Don Vitoriano fora o grande “apóstolo”
que levara os Cursillos de Cristandade para a Nicarágua. Com a sua força
espiritual, a sua alegria contagiosa, lá deixou inúmeros amigos e bons
cristãos.
Em 1977, saiu da Nicarágua para Espanha,
com a sua banda, “Los Palacagüina”, para um
série de apresentações pela Europa, o hoje famoso músico, cantor e político,
Carlos Mejia Godoy, que teve uma importantíssima ajuda do padre basco, Don
Vitoriano. Foi este quem, com a sua garra, conseguiu que o artista assinasse um
contrato com a CBS que lhe deu um enorme impulso na carreira.
Mas o melhor é ouvirmos o que Carlos
Mejia Godoy nos conta, em castelhano, sobre este grande “Andarilho Basco”!
Aquella
mañana soleada de Abril de 1977, íbamos, los Palacagüina, mi esposa Evelyne y
yo, como en una lata de sardinas, a bordo del Seat que conducía el sacerdote
Victoriano Arizti. El cura vasco había bajado de Vitoria a Madrid, para
celebrar con nosotros el contrato con la CBS, para el lanzamiento de nuestro
primer disco internacional.
-Veis
aquellos picos nevados?- preguntó Victoriano señalando las montañas del norte
madrileño. –Hacia allá nos dirigimos, para que estos indios nicaragüenses
conozcan la nieve-. El cura enrumbó su carrito hacia Navacerrada. Pero al pasar
por Plaza España, nos relato una anécdota, que yo jamás olvidaré.
-Este
es el monumento a Cervantes. Ahí está el escritor sentado. Tras él, cada uno en
su cabalgadura, los dos personajes de su famosa novela: Don Quijote y Sancho.
Pues
bien –prosiguió Arizti- aquí me detuve hace algunos años y, con una bolsa
plástica y una cuchara, recogí unos gramos de tierra, para llevarlos a una
mujer española, que desde hace cuarenta años vive en ese país africano. Esa
anciana madrileña, posiblemente jamás regresará a su país y me pidió que le
llevara esa “tierrita”, para que se la pongan junto a su féretro el día que
muera…
Todos
quedamos impactados por aquella historia estremecedora. Pero, a partir de ese
momento, cierto cantor somoteño, no tuvo sosiego. Hurgué en mis bolsillos un
trozo de papel y empecé a aliñar el primer verso de una nueva canción:
Yo soy Victoriano, trotamundo vasco
Llegué a Mozambique buscando una flor….
En
Navacerrada, mientras los Palacagüina, añoraban una botella de sirope de
tamarindo para prepararse un mega-raspado, yo me retiré a seguir escribiendo,
lo que en un inicio me parecía un tango y, al final, resultó un valsesito de
pura cavanga.
Aquella
noche, después de la cena, diseñamos la sorpresa. Mi esposa Evelyne preparó las
condiciones idóneas. Invitamos a Victoriano a tomar un coñac en nuestra
habitación y sin mayores preámbulos me puse el acordeón y le dije al cura. Te
suena esto, hermano? El padre Arizti tenía los ojos húmedos, al escuchar su historia convertida en
canción. Así nació este homenaje a un hombre extraordinario, que –desde la más
lejana galaxia- sigue amando a Nicaragua.
Esta é a letra da bela canção, que foi logo um grande
sucesso na Nicarágua, e se pode ouvir no Youtube:
La viejita de Mozambique
Yo soy Victoriano, trotamundo vasco,
llegué a Mozambique
buscando una flor,
al caer la tarde detuve el
camino,
con chapela vasca y con mi
acordeón.
En la misma puerta de aquella hostería
una viejecita me identificó:
“¡los siete puñales de
Santa María!
¡Usted es de España, lo
mismo que yo!
En tus ojos claros de
almendro florido
veo la Cibeles, manantial
de amor,
y en tu risa alegre, loca
algarabía,
la gente que corre en la
plaza mayor”.
Y yo, Victoriano,
trotamundo vasco,
sorbía una copa de añejo
jerez,
un llanto cuajado de
melancolía
surcó la mejilla de aquella
mujer.
“Cuéntame de España,
‘mutil’ aguerrido,
¿qué es de tu Bilbao? ¿qué
es de mi Madrid?
Yo vine a esta tierra hace
ya tantos años,
me empujó a esta suerte la
guerra civil.
Dime si aún alumbran los
viejos faroles
en la Cava Baja del Madrid
de ayer,
¿todavía fluyen las aguas
humildes
en el Manzanares que me vio
nacer?
Si algún día vuelves por
esos caminos,
un favor del alma te quiero
pedir:
tráeme un puñado de esa
santa tierra,
que quiero besarla para
bien morir”.
- Quiero decirles, amigos
míos,
que al volver a la patria
tomé
un puñado de tierra
española
para llevarlo a la viejecita
de Mozambique.
Yo soy Victoriano,
trotamundo vasco,
volví a Mozambique buscando
una flor,
al caer la tarde detuve el
camino,
con chapela vasca y con mi
acordeón.
Lo que contemplaron mis
ojos absortos
no cabe en los versos, ni
en una canción:
yacía postrada, gravemente
enferma,
la viejita al punto me
reconoció.
Sin decirme entonces ni
media palabra,
bajo la luz tenue de un
viejo quinqué,
tomó aquel puñado de tierra
española
que mientras besaba musitó
a la vez:
“Gracias, joven vasco, que
Dios te bendiga,
ahora me muero dichosa y en
paz,
porque he comulgado con la
tierra mía,
- Quiero decirles amigos
míos,
que yo me alejé llorando
con mi chapela
vasca y mi acordeón
peregrino,
y un solo pensamiento
taladró mis sentidos:
que tan importante es aquel
que muere
con un fusil en la mano
defendiendo
la libertad de su tierra,
como el que muere en el exilio,
soñando volver a ella-.
Pouco depois da Revolução Sandinista ter saído vitoriosa,
Don Vitoriano voltou à Nicarágua. Ouçamos a continuação do “Trotamundo”:
En los primeros días del triunfo de la
revolución nicaragüense llegó a nuestro país el sacerdote Arizti. Cuando iba
por la Carretera Sur, un retén del recién creado Ejército Popular Sandinista
detuvo el vehículo y pidieron identificaciones a los ocupantes. El empresario
Carlos Mántica (quem recebia Don
Vitoriano em casa) se presentó y enseñó
sus documentos, y cuando los soldados preguntaron por la identidad del
religioso, les dijo: “Yo soy Victoriano…”.
Uno de los soldados le dijo: “¡Como el de la
canción!”, a lo que de inmediato, Arizti le aclaró: “¡Yo soy el de la canción!”
El sacerdote sacó el pasaporte, y de inmediato, enterado el oficial de la
garita, llamó al resto de los hasta hacía poco guerrilleros, los puso en fila y
ordenó: “Vamos a hacer unos disparos, en honor a Victoriano, el trotamundo
vasco”.
En la noche, en un pasaje inolvidable de su
vida que siempre recordaría el noble vasco, por primera vez, un sacerdote
recibía la insólita parada militar de un Ejército naciente. ¿Dónde podía ser
aquello? ¿En España? ¿En Mozambique? No, sólo
en el sueño de lo que una vez quiso ser Nicaragua…
Obrigado Carlos Mejia por nos recordar de forma tão bela,
este grande Homem e grande Amigo.
Gracias.
07/02/2017
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